lunes, 1 de abril de 2013

X.- La mujer en la tauromaquia.

Inicios                                     
Los primeros indicios de una mujer torera aparecen en el s.XVII, el 25 de junio de 1654 en un escrito al Consejo de Castilla. Más tarde en el s.XVIII aparecen las señoritas toreras aprobadas por el reinado de José I Bonaparte.
Don José Daza en su obra Precisos manejos y progresos condonados en dos tomos. Del más forzoso peculiar del Arte de la Agricultura que lo es el del Toreo de 1778 menciona mujeres de procedencias y oficios varios presentes en el mundo del toro. Destaca por ejemplo, una muchacha que antes de meterse a monja pasó la tarde toreando becerros con el hábito.
Hay constancia que en 1774 ya hay mujeres profesionales. La rejoneadora Francisca García, natural de Motril y esposa del banderillero navarro Francisco Gómez, había participado en otros eventos durante una década cuando solicitó torear en la plaza de Pamplona. La solicitud le fue denegada en dos años consecutivos por parecer indecoroso. Sin embargo, sí toreo en los municipios de Estella y Tudela.
Nicolasa Escamilla, la Pajuelera, fue retratada por Goya en 1816 picando un toro, en el grabado n° 22 de La Tauromaquia “Valor varonil de la célebre Pajuelera en la plaza de Zaragoza”
Cuadrilla de mujeres
A finales del siglo XIX, el toreo femenino goza de especial popularidad, especialmente en el contexto de las mojigangas, novilladas festivas de carácter carnavalesco. En esta época aparecen varias cuadrillas de mujeres.
En 1845, surge la cuadrilla dirigida por Martina García, donde picaban Teresa y Magdalena García y banderilleaba en cestos Rosa Inard y Manuela Renaud.
También se hace popular la cuadrilla de “Las Noyas” (en catalán las muchachas) compuesta por notables figuras del toreo femenino como las espadas Dolores Pretil “Lola”, Angelita Pagés “Angelita” y las banderilleras Julia Carrasco, Justa Simón, Encarnación Simón, María Munubeu y Francisca Pagés. Su popularidad llegó a ser tal que todas las empresas de España se peleaban por contratarlas. La popularidad de las toreras se observa en grabados de la época como los de Gustavo Doré.
En 1886 aparece Dolores Sánchez , “la Fragosa”, que introduce en el toreo femenino importantes innovaciones. Deja de lado la faldilla corta con la que toreaban las mujeres y viste el traje de torear de hombre. Además va acompañada por una cuadrilla de hombres. Toreo durante cinco o seis años con éxito convirtiéndose en una figura importante del toreo.
Siguiendo el ejemplo de estas mujeres, empiezan a aparecer otras con carácter más profesional como Ignacia Fernández “La Guerrita” o María Salomé “La Reverte”.
Prohibición social
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, empieza a notarse una oposición social al toreo femenino profesional, especialmente al toreo a pie. Como contrapartida a la profesionalización de finales de siglo, las corridas con mujeres se ridiculizan y denigran. Algunos toreros se niegan a torear con mujeres o incluso en plazas donde han toreado mujeres. Por ejemplo, Rafael Guerra, “Guerrita”, se niega a torear en plazas donde lo hubiera hecho antes “La Guerrita”.[]
El 2 de Junio de 1908, Juan de la Cierva, ministro del gobierno de Antonio Maura, dicta una Real Orden prohibiendo a las mujeres tomar parte en corridas de toros, específicamente torear a pie en las plazas españolas.
Pese a la prohibición expresa, algunas siguen haciéndola. “La Reverte”, que ya había sido tachada de “marimacho”, empieza a anunciarse con el nombre de Agustín Rodríguez, dando a entender un cambio de sexo []y conservando el amplio cartel del que gozaba en sus inicios. Finalmente, abandonaría el toreo por las presiones.
Otro caso fue el de María Luisa Jiménez “la Atarfeña”, que tomó el capote tras la muerte de su marido el diestro granadino “el Atarfeño”. Impulsada a los ruedos para mantener viva la memoria de su marido, tuvo que ser obligada a torear por las fuerzas del orden su primer novillo que ella consideraba “demasiado grande”. Tras un año en los ruedos, desapareció sin dejar rastro para reaparecer luego en Sierra Nevada preparándose para protagonizar una película de Hollywood.
La República
Tras la llegada de la Segunda República Española en 1931, las mujeres volvieron a las plazas de toro colaborando a que el ministro de gobernación Rafael Salazar Alonso levantara la prohibición del toreo femenino en 1934. Esto permitió la llegada de nuevas caras y el rescate de antiguas leyendas.
“La Reverte” reapareció ese año en una novillada nocturna obteniendo un espantoso fracaso. Los 24 años de inactividad y los 60 de edad se combinaron para poner un broche negro a una carrera recordada por la polémica más que por el arte.
Entre las nuevas caras, destaca la madrileña Juanita Cruz que estoqueó su primer becerro con 15 años, y llego a hacer el paseíllo en Cabra en 1933 en compañía de Manuel Rodríguez, “Manolete”. Su calidad, destreza y maestría pusieron en más de un brete a sus compañeros y contribuyó decisivamente a la abolición que se produjo en 1934. Se presenta como novillera con caballos en la plaza de Las Ventas, en 1936 cortando una oreja a su primer toro.
La post-guerra
Con la caída de la República, la prohibición del toreo a pie vuelve a entrar en vigor por la Ley del 22 de julio de 1961. En esta época, aparecen grandes figuras del toreo femenino, a menudo formadas en círculos taurinos y con una amplia carrera en el extranjero.
A finales de la época anterior tenía su primera presencia pública Conchita Cintrón que sería presentada oficialmente en 1939 en la Plaza de toros de Acho (Lima, Perú). Torera a pie y a caballo, fue una de las mujeres más completas taurinamente hablando, aunque con la reavivación de la prohibición tras la Guerra Civil, en España solo pudo actuar como rejoneadora y en festejos camperos y festivales taurinos. Se presentó en la Monumental de Madrid como rejoneadora en 1945 y se retira en Jaén, el año 1950, única ocasión oficial no benéfica, en la que pudo realizar las suertes de capa y muleta en España, alternando con Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez. Lidió en su vida un total de 750 corridas, dejando patente su más puro, sereno, estético y portentoso toreo y triunfando en los más importantes cosos de Venezuela, Colombia, México, Francia y Portugal.
En España, aparecen toreras procedentes de la farándula que brillan más por su aspecto que por la seriedad de sus lances. Destacan Alicia Tomás y Rosarito de Colombia, emparejadas por Manuel Lozano Sevilla.
Sin embargo también hay toreras serias, como Maria de los Angeles Hernández de Alicante “Ángela”. Se inicia de espontánea en su ciudad natal en 1.959. Al no poder torear a pie, aprende equitación y desde 1964 actúa como rejoneadora en España. Cruza la frontera para demostrar sus habilidades a pie en Francia mientras inicia en España un largo proceso para anular la prohibición del toreo femenino. Finalmente, el 10 de agosto 1974 se publica una orden ministerial autorizando el toreo a pie, en gran parte gracias a la tenacidad de “Ángela” y su abogado José Briones.
Aún pasarían unos años antes de que el mundo del toreo volviera a aceptar a las mujeres. A pesar de la disposición y técnica de algunas toreras, como Maribel Atiénzar, no pueden alternar con sus colegas masculinos en España. Maribel Atiénzar, de Albacete, hija de un empleado de la plaza de toros, estuvo incluida en un espectáculo integrado por seis mujeres que dirigía el empresario Francisco Rodríguez. Había tomado la alternativa como matadora en México y la confirmó en la plaza de Santamaría de Bogotá, con Leonidas Manrique de padrino y Ermeson Murillo de testigo.
Escuelas de tauromaquia
Con la aparición de las Escuelas de Tauromaquia en los años ochenta y en los noventa, cambió el panorama de aprendizaje del toro que se desligo de las familias de toreros.
Entre los nuevos talentos, aparece Cristina Sánchez, destacada alumna de la escuela taurina de Madrid. Tras su etapa como becerrista, debuta con picadores en Quito en 1992 y en España el año siguiente en Valdemorillo. Es la primera mujer que ha abierto, como novillera, la Puerta Grande de las Ventas, lo mismo que la primera anunciada en los carteles de la Feria de San Isidro y que tomó la alternativa en Europa. Lo hizo en la plaza la Arena de Nimes el año 1996, de manos de Curro Romero y con José Maria Manzanares de testigo. Al margen del fenómeno social que supuso su irrupción en la tauromaquia, Cristina Sánchez bordó exquisitas faenas y cosechó abundantes éxitos. Aun así, muchos matadores no quisieron torear con ella.
Esta actitud de sus compañeros de profesión, motivó que en mayo de 1999 anunciara su retirada de los ruedos. Su despedida se produjo el día 12 de octubre del mismo año, en su plaza, Las Ventas, en la última corrida de la Feria de Otoño de Madrid.
Unos años antes, en 1997, había dado la alternativa en Cáceres a Mari Paz Vega con Antonio Ferrera de testigo, convirtiéndola en la primera mujer “alternativada” en España. Mari Paz había vestido el traje de luces por primera vez en Cariñena (Zaragoza), presentándose con picadores en Fuengirola (Málaga) junto a Cristina Sánchez y Yolanda Carvajal. Su actuación en 1994 en Zaragoza, cortando una oreja de cada uno de los toros de Fermín Bohórquez la convirtió la primera mujer que salía por la Puerta Grande en una Plaza de Toros española de 1ª categoría.
Otras mujeres
Con mayor o peor suerte, ha habido otras mujeres registradas en los anales de la historia del toreo:
En los años 30, torea Carmelita Fernández compartiendo cartel con “Manolete” en su época de becerrista.
En los años 70, constan las rejoneadoras Paquita Rocamora, Lolita Muñoz, Carmencita Dorado o Rosarito Dorado y las novilleras Joaquina Ariza “La Algabeña”, “Rosarito de Colombia” o “Alicia Tomás”.

Noticia del ABC del 3 de marzo de 2013:
Un largo recorrido de sucesivas rupturas y continuadas superaciones ha representado a lo largo de la historia el deseo de la mujer de ser sujeto, y no objeto pasivo, en el arte de la tauromaquia, según resume la exposición inaugurada este mediodía en el Museo del Toro de la ciudad de Valladolid.
Desde el tendido, como mera espectadora e insustituible componente de la fiesta brava según los hábitos sociales, hasta su presencia en la arena, como torera de a pie o a caballo, "Mujeres y Tauromaquia. Presencias y Ausencias en la Historia" glosa en una veintena de paneles el esfuerzo de la mujer por compartir con el hombre el principio femenino que encarna el papel lidiador.
A las mujeres que lo han intentado "casi siempre las han segado la hierba bajo los pies" porque el mundo del toreo "es un tanto machista", ha reconocido el alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, durante la apertura de esta muestra que ha coordinado María José Saénz y podrá verse hasta el 7 de abril.
Incluso José María Cossío, promotor y coordinador del célebre tratado enciclopédico de "Los Toros", relegó el protagonismo femenino de luces a simples juegos o espectáculos curiosos en el Tomo I de esa magna obra que, con el paso de los años, sí llegó a reflejar los meritorios esfuerzos de toreras que rompieron moldes.
La exposición, producida por el Ayuntamiento de Valladolid e inscrita en el programa de actividades del Día Internacional de la Mujer Trabajadora (8 de marzo), anota el tortuoso camino de prohibiciones y levantamientos que en el siglo XX inició el ministro Juan de la Cierva (1908) para tratar de impedir la dedicación profesional de la mujer.
La II República derogó esa norma en 1934 pero, tras la Guerra Civil (1936-1939) y el inicio de la dictadura de Franco, regresó la prohibición en 1961 y obligó a la mujer a desplegar sus carreras en los países hispanoamericanos de tradición taurina.
La igualdad plena fue un logro personal de la novillera alicantina Ángela Hernández, hija de un Guardia Civil, quien en 1972 emprendió una batalla legal con reclamaciones al Sindicato Nacional de Espectáculos y a los ministerios de Trabajo y de Gobernación, que finalmente fructificó en 1974 con la revocación legal de ese veto.
Esta victoria legal posibilitó la aparición de lidiadoras como la albaceteña Maribel Atiénzar, primera matadora de alternativa en España, en los años ochenta del siglo XX, y más recientemente Cristina Sánchez, doctorada en 1996, Mari Paz Vega, en 1997, y Sandra Moscoso, en 2010.
De todo ello da cuenta esta exposición que ha coordinado el Museo del Toro, dirigido por el exmatador Jorge Manrique, con referencias a figuras de otros países como la colombiana Berta Trujillo "Morenita del Quindío" (1928-2011), primera mujer hispanoamericana en alcanzar el doctorado, en 1981, y la mejicana Raquel Martínez, primera matadora en la historia de su país.
Entre las pioneras, la muestra también recuerda a Nicolasa Escamilla "La Pajuelera", picadora, lidiadora de a pie y que fue retratada por Goya en unos de sus aguafuertes de temática taurina, y María Salomé "La Reverte", ya en el siglo XX.
La presencia femenina en el orbe taurino, desde el último tercio del siglo XX, discurre con aparente normalidad en todos los ámbitos, desde el periodismo, hasta el ganadero, artístico y estrictamente profesional en el ruedo.

La mujer siempre ha representado un papel marginal en la tauromaquia; de objeto más que de protagonista.  Los cosos taurinos representan un escenario ideal para que una mujer pueda lucir sus encantos que son examinados prolijamente por cientos de miradas descaradas.  Es inconcebible ver un tendido sin mujeres, o haciendo el paseo en el ruedo (que no el paseíllo), luciendo trajes típicos en carrozas adornadas , o bien a caballo,  o mujeres en palcos tocadas con sus mantillas, o en barreras desplegando los brillantes capotes de paseo que los toreros les lanzan, correspondiendo ellas con flores que les arrojan al triunfar.  Otras grandes mujeres, reinas de su arte, intervinieron en el papel de las llamadas “madrinas”, como se cuenta de Pastora Imperio, que ayudó a toreros como Juan Belmonte y Curro Posada.  En fin, se ha escrito, cantado y alabado a través de los tiempos el sacrificio de la madre y esposa del torero, de los amores reales o imaginados de estos con famosas mujeres, amores, que la leyenda, la literatura, el cine, las coplas, la prensa y la televisión se encargan de acentuar.

Pero cuando la mujer ha tratado de ser sujeto del toreo, saltando del tendido al ruedo u en otras profesiones relacionadas con el mundo del toro, casi siempre nos han cortado el vuelo o segado la hierba bajo nuestros pies.  Como aficionada, la mujer contribuye a mantener la fiesta, y en muchos casos a que la tradición siga en su entorno familiar y social.  Y aunque su papel no ha sido de gran importancia en la historia y desarrollo de este arte si han existido importantes precursoras que han facilitado la posibilidad de que hoy la mujer compita con el hombre  casi  en igualdad de condiciones.

Desde algunos sectores sociales se critica el “machismo” tradicional del mundo taurino y  se ensalzan los méritos de las pocas mujeres que, hasta el presente, participan o han participado en el mundo del toro, también es indudable que, si bien esta sociedad está preparada para la aceptación e integración total de la mujer; en la antigua tradición de la tauromaquia, aún queda camino que recorrer. 

No tengo ninguna intención de hacer campaña sobre los derechos de la mujer o plantear viejas reivindicaciones, pero si intuyo que el toro no entiende de sexo, nacionalidad o religión.  Las pocas mujeres que han tenido una presencia significativa en el mundo del toro tuvieron y tienen un gran mérito e incluso aunque no todas alcanzaron el estatus de “figura” si han jugado un papel más que digno y han dejado su impronta en el largo camino que todavía queda por recorrer.  

La mujer no ha tenido nunca fácil su participación de forma activa en los espectáculos taurinos.  Ser torera, novillera, picadora o rejoneadora ha sido, históricamente, tarea compleja, y no sólo por la ley, sino también por unas tradiciones que tenían –y, en algunos casos, siguen teniendo- más fuerza que los propios decretos gubernamentales

Baste un ejemplo, los Encierros de Pamplona, no han constituido una excepción, sino más bien paradigma de un machismo excluyente que sólo a las puertas del siglo XXI pudo ser desterrado. Hasta hace muy pocos años el encierro era un escenario vetado para las mujeres. El espacio de las mujeres estaba en los balcones, detrás del vallado o en casa, esperando a sus hermanos, maridos o novios.  La tradición dictaba que sólo los hombres corrían, pues así había sido desde antiguo; la ley, también lo determinaba, pues ya en 1876, cuando por fin se dio oficialidad al acto, se prohibía expresamente la presencia en el recorrido de “ancianos, niños y mujeres”. 

En 1974 las aspirantes a torero consiguieron su propósito, y quedó derogado el artículo que impedía la participación de mujeres en espectáculos taurinos.  La supresión de la prohibición, sin embargo, no afectó al encierro, pues la autoridad municipal siguió impidiendo la presencia de mujeres en el recorrido, aunque muchas ya intentaban colarse,  casi siempre más como reivindicación de igualdad de derechos que por verdadero interés por correr.  A lo largo de los años 80 la cosa fue cambiando, si bien todavía a mediados de la década se impedía a algunas mujeres participar. 


El proceso, en cualquier caso, era imparable, y, finalmente, se terminó por aceptar su presencia, hasta el punto de que hoy ya no es infrecuente ver corredoras abriéndose paso junto a una multitud de hombres en busca del hueco soñado delante de las astas.  Tampoco han estado exentas de graves cornadas: una vez más, los toros no hacen distinciones por razón de sexo.  Desde luego no es previsible que el número de corredoras se dispare en progresión geométrica en los próximos años, pero, al menos, la mujer ha dejado de ser una extraña en el recorrido. 
Lo que sí parece bastante claro es que en los toros, como en la Iglesia, se hallan algunos de los últimos reductos reservados al hombre y a los cuales a la mujer le cuesta acceder. Aunque las mujeres pueblen los tendidos casi en condiciones de igualdad (mantillas y peinetas van cayendo en desuso), o aunque puedan presidir la corrida e incluso la comisión de peñas, correr el encierro, como el sacerdocio, sigue siendo cosa de hombres, y torear todavía mucho más.  

Aunque no legalmente, la profesión de matador de toros sigue en la práctica, poco más o menos vedada, a las mujeres.  Ahí está el caso de Cristina Sánchez, retirada de los ruedos ante sus dificultades para ser contratada en muchas plazas. Parece ser que las figuras del toreo se negaban a compartir carteles con una mujer

Lamentando la suerte de ella, no me cuesta trabajo comprender la actitud de dichas figuras del toreo. En el mundo del cine hay un consejo clásico para los actores: no trabajar con niños ni animales, pues si tienen un papel destacado en una película monopolizan la atención del público y eclipsan al resto del reparto.  El mismo riesgo acecha con una mujer torero; sea el cartel que sea, el público prestará atención preferente a la torera y los otros dos espadas, por importantes que sean, se convierten en teloneros o comparsas.


El mundo de la cría de ganado bravo, no es una excepción, aunque  existen bastantes ganaderías que figuran a nombre de una mujer, esta no ejerce un papel decisivo en la gestión de la ganadería o en la crianza y selección de reproductores y ganado, y son sus parientes masculinos los que realizan estas funciones, como en todo, la excepción confirma la regla, ahí están, por ejemplo: Dª Carolina Diez Mahou , Dª Dolores Aguirre Ybarra, Dª Pilar Sánchez Cobaleda, Dª Mª Agustina López Flores (antigüedad 1864), etc.

Un poco de historia:  En el siglo XIX, la figura de las “señoritas toreras” estaba rodeada de connotaciones sexuales licenciosas.   En ocasiones estas mujeres formaban grupos para desarrollar su profesión, puesto que los hombres, especialmente “las figuras”, evitaban la competencia directa.  Los empresarios explotaban económicamente a estos grupos, descartándolas cuando ya no constituían una novedad.  La falta de oportunidades para competir en igualdad de condiciones con sus colegas masculinos freno todo posible progreso, puesto que muy a menudo estas toreras no eran tomadas demasiado en serio por el público, aficionados, la prensa y especialmente los profesionales masculinos.  No obstante, unas pocas novilleras, toreras y rejoneadoras alcanzaron cierto grado de reconocimiento y éxito. 

Pero la historia del toreo femenino es mucho más antigua que los primeros conatos de lucha por la igualdad de sexos.  Ya en el último cuarto del siglo XVIII (en plena hegemonía de "Costillares", Pedro Romero y "Pepe-Hillo"), una mujer se atrevió a rivalizar en los cosos con estas tres piedras sillares del toreo moderno.  Nacida en Valdemoro (Madrid), Nicolasa Escamilla, "La Pajuelera" (así llamada porque vendía antorchas o pajuelas de azufre), derrochó un valor asombroso por las principales plazas de toros. Una tarde destacó en Zaragoza, donde picó y lidió un toro ante la atenta mirada de Goya, quien la inmortalizó en uno de los aguafuertes que conforman su espléndida Tauromaquia.  

En el siglo siguiente, Martina García recogió el relevo de "La Pajuelera", y lo hizo con tal arrojo y afición que, si no mienten las crónicas del XIX, estuvo toreando hasta los 60 años.  Nacida en Ciempozuelos (Madrid) en 1814, "La Martina" se había introducido en el mundillo de los toros a través de los espectáculos de toreo cómico que entonces gozaban de gran aceptación, y llegó con el tiempo a cobrar tanto como las figuras cimeras de su época.  Dicen que el mismísimo "Curro Cúchares" elogiaba su desmesurada valentía, al tiempo que lamentaba que su desconocimiento del oficio le privara de mayores y más numerosos triunfos.  Fue muy comentada su rivalidad con María García, "Gitana Cantarina", a quien derrotó en Madrid en una recordada tarde del 4 de febrero de 1849.

El torero femenino vivió en el siglo XIX un auge que no había experimentado en el XVIII y que no habría de revalidar en el siglo XX.  Por desgracia, la mayor parte de las féminas que tomaron los trastos de matar han quedado relegadas a una presencia anecdótica en la historia de la Tauromaquia, ora por la escasísima preparación con que arruinaban su aquilatada afición, ora por el desdén burlón de sus contemporáneos, a quienes se les hacía muy difícil tolerar esta invasión de un coto tradicionalmente reservado al hombre y rigurosamente vedado a la mujer.  Una buena prueba de la misoginia reinante se advierte en que muchas toreras que merecieron alguna consideración por parte de los aficionados decimonónicos han pasado a la memoria escrita de la Fiesta, más que por su arte o su valor, por la fama que dejó su belleza; tal es el caso de Jenara Gómez, Juana Castro o Francisca Gisbert.

Otras, víctimas también de la supremacía del varón en el toreo, eligieron sobrenombres que cambiaban el género de los de sus colegas más célebres (así, verbigracia, Juana Calderón, "La Frascuela", y Juana Bermejo, "La Guerrita"), asumiendo con este intento de emulación una posición de inferioridad respecto al modelo elegido. 

De forma sucinta, para que al menos quede constancia de su empeño y del relieve que alcanzó el toreo femenino en el siglo XIX, hay que citar también a Manuela Capilla, Antonia Macho, Josefa Ortega, Francisca Coloma, Benita Fernández y la bruselense Eugenia Bartés, "La Belgicana". Hubo también gran cantidad de picadoras, entre las que sobresalió la valenciana Mariana Curo, y no menos banderilleras, como Ángela Magdalena y María Aguirre, "Charrita Mejicana".  A finales del siglo XIX destacaron también Dolores Sánchez, "La Fragosa", la primera en torear con taleguilla en lugar de falda, torera cuyo valor rayaba en la temeridad, lo que le causó un sinfín de cogidas; Carmen Lucena, "La Garbancera", que mantuvo una dura competencia con la anterior, y no sólo en los ruedos, pues se vanagloriaba de torear con chaquetilla torera y falda corta; Petra Kobloski, pionera de las cuadrillas femeninas, que se presentó con una de ellas en Tarragona el 5 de octubre de 1884, con tan mala fortuna y escasa preparación que provocó un altercado de orden público, el subsiguiente desalojo de la Plaza por parte de la Guardia Civil y los soldados del regimiento de Almansa, y la conducción del empresario y las novilleras a la cárcel; y las catalanas Ángela Pagés, "Angelita", y Dolores Pretel, "Lolita.  "Angelita", a fuerza de inteligencia y coraje, ascendió por méritos propios desde lo más humilde del escalafón: primero fue banderillera, después sobresaliente y, finalmente, espada.  Por su parte "Lolita", que también destacó con los rehiletes, practicaba un toreo de corte clásico y refinado, elegancia que no le impedía tirarse a matar con tantos arrestos como los que tuvieran sus más esforzados colegas masculinos.  Mujer culta y sensible, amante de la lectura y feliz intérprete al piano, Dolores Pretel, "Lolita", fue el precedente decimonónico de esa gran dama del toreo a caballo que, en el siglo XX, ha sido Conchita Cintrón.
Juan de la Cierva, ministro de Antonio Maura, prohibió por Real Orden del 2 de julio de 1908, el toreo a pie de las mujeres. Aquella decisión estaba fundamentada, según el ministro de la Gobernación, en protestas públicas y en el hecho de que el espectáculo era "impropio" y "opuesto a la cultura y a todo sentimiento delicado". 

El siglo XX, hasta que el ministro Juan de la Cierva dictó la referida prohibición, vio el triunfo de "Las Noyas" catalanas, una cuadrilla de señoritas toreras que, con gran éxito, se habían presentado en Barcelona en 1895. Pero el caso más célebre de mujer torera, por lo rocambolesco de su historia, lo protagonizó María Salomé Rodríguez Tripiana, "La Reverte".  Valiente y dominadora, hábil con las banderillas y muy eficaz con el estoque, a partir de 1908 aseguró que era un hombre y siguió toreando después de la promulgación de la Real Orden. Por desgracia para él (o ella), Agustín Rodríguez -el nuevo nombre oficial de quien antaño se anunciaba como "La Reverte"- no cosechó los mismos éxitos que su "otro yo" femenino.  No obstante, este caso de travestismo fue muy escandaloso en su tiempo, pues gozaba de una enorme atención que rebasó la pura dimensión taurina de la figura de "La Reverte"; tal vez por ello, nunca se llegó a conocer con certeza (públicamente, claro está) cuál era su sexo, pues hay cronistas que aseguran que, ya retirado, Agustín volvió a convertirse en María Salomé, y volvió a aseverar que realmente era una mujer que se había servido de esta fingida ambigüedad para burlar la prohibición y seguir toreando.

Un episodio singular dentro de la historia del toreo femenino del siglo XX lo protagonizó la gran torera Juanita Cruz.  La carrera de Juanita Cruz estuvo salpicada de dificultades. El artículo 124 del Reglamento Taurino de 1930, mantenía la prohibición. No obstante, hizo su presentación en León el 24 de junio de 1932, sin que el citado artículo hubiera sido abolido.  El ministro de la Gobernación lo recordó a los gobernadores y Juanita se quedó en el paro.  Pero en 1933 se le dio de nuevo la venia.

En su primera actuación, el domingo de Carnaval, en Cabra, tuvo como sobresaliente a Manuel Rodríguez Manolete.   Juanita cortó las orejas y el rabo a sus dos novillos lo que le valió la repetición.  Actuó con figuras importantes del toreo español y americano, como Carlos Arruza, Alfonso Ramírez Calesero y Carnicerito de México, éste y Fermín Espinosa Armillita la avalaron para que en México se le concediera permiso para torear.   

Juanita toreó 33 novilladas en 1933, pero para la siguiente temporada, su apoderado en lugar de seguir actuando con permisos especiales emprendió la lucha por la abolición definitiva de la prohibición basándose en el Artículo 2 de la Constitución: "Todos los españoles son iguales ante la Ley", el 25 "No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas ni las creencias religiosas. El Estado no reconoce distinciones y títulos nobiliarios", y el 33 "Toda persona es libre de elegir profesión.  Se reconoce la libertad de industria y comercio, salvo las limitaciones que, por motivos económicos y sociales de interés general impongan las leyes".

La batalla que ganó Juanita tuvo consecuencias efímeras.  Ella padeció incluso cierta censura de prensa ya que su caso fue silenciado durante años.  Antes de que tal sucediera contó con los parabienes de los críticos más exigentes de todas las grandes capitales españolas.  Marcial Lalanda, el día que la vio torear en Madrid, dijo: "Juanita Cruz ha sido el único torero en la plaza".
Juanita Cruz no llevó nunca taleguilla, usaba vestidos de torear con falda, con bellos bordados. 

Nunca podremos saber hasta dónde pudo haber llegado como matadora de no haber existido la prohibición.

Juanita Cruz debutó en Las Ventas el 2 de abril de 1936, después de haber toreado más de cincuenta festejos en otras plazas.

En Madrid hizo el paseíllo con Niño de la Estrella, Miguel Cirujeda y Félix Almagro.  Se enfrentó a toros de la viuda de García Aleas y cortó una oreja.
Cuando llevaba 18 novilladas con picadores estalló la guerra civil. Actuó en varios festivales benéficos en favor de la República y se marchó a Venezuela.  Toreó en los países taurinos de América y tomó la alternativa en Fresnedillo (México) el 17 de marzo de 1940.   Se la concedió Heriberto García.  Cortó dos orejas.

Cuando acabó la Guerra Civil el Reglamento Taurino, que había sido modificado por el ministro de la Gobernación, Salazar Alonso, fue de nuevo reformado. Los taurinos impusieron otra vez la prohibición a las mujeres.

Forzada por los acontecimientos, se quedó a torear en América en donde no le faltaron  contratos ni cornadas. 
Juanita se retiró en 1946 sin poder actuar de nuevo en España.  Lo hizo tras participar en casi setecientos festejos.  En América hizo el paseíllo en 460 ocasiones.  Se despidió en La Paz (Bolivia) y en 1946 regresó a Europa.  En Francia estuvo un año y allí toreó sus últimas corridas.  En 1947 regresó a España.  Murió en Madrid el 18 de mayo de 1981, en plena feria de San Isidro, a las cinco de la tarde y a causa de una vieja lesión de corazón.

Otra mujer excepcional fue Conchita Cintrón. Nacida en Antofagasta (Chile) en 1922, adoptó la nacionalidad peruana y toreó a caballo por las principales plazas de Hispanoamérica, hasta que se decidió a cruzar el Atlántico y torear en España.  Por ridículo que parezca, la letra de la ley sólo prohibía a las mujeres el toreo a pie, lo que permitió a la valerosa amazona rejonear y triunfar en toda la Península, entre 1945 y 1950. La afición española, aunque privada de aplaudir su toreo a pie, pudo comprender por qué en México habían bautizado a Conchita Cintrón como "La Diosa de Oro".  Culta, elegante y refinada, la audacia que mostraba en el ruedo se tornaba mesura y distinción cuando alternaba con los músicos, poetas e intelectuales que constituían su entorno.

No puede rematarse este apresurado repaso por la historia del toreo femenino del siglo XX sin prestar una mínima atención a la valentísima novillera Ángela Hernández, quien atesora entre sus muy esforzados méritos el de haber logrado en 1974 el levantamiento de la obsoleta prohibición que había renovado la franquista sección taurina del Sindicato del Espectáculo.

Aunque en 1974 fue derogado el artículo 49 que contenía esta prohibición, las mujeres siguieron sin lograr abrirse camino en el toreo.  Los espectáculos en que intervenían eran considerados de baja  categoría, ridículas imitaciones del verdadero toreo viril.  El público asistía con ánimo jocoso.   Los críticos taurinos eran implacables con las toreras: no se trataba de auténtico arte del toreo.

Pero la igualdad de oportunidades, muy arraigada en la conciencia de la actual sociedad española, terminaría impregnando hasta los ámbitos más patriarcales. 
En 1996, en las arenas de Nimes (Francia), la matadora Cristina Sánchez se convirtió en la primera mujer que recibió la alternativa en Europa.  El suceso fue ampliamente recogido por los medios de comunicación, pero esta vez no fue por saltarse a la torera una prohibición reglamentaria, sino porque en Nimes, y con Curro Romero de padrino, le prepararon un festejo glorioso. 

¿Feminismo taurino? No.  Sólo igualdad de oportunidades.

Igualmente, fue la primera torera en confirmar la alternativa en la plaza de Las Ventas. Hasta ahora, de las cinco matadoras de toros que registra la historia, únicamente una, Mari Paz Vega, ha tomado la alternativa en una plaza española.
Juanita Cruz, Bertha Trujillo (Morenita de Quindío), Raquel Martínez y Maribel Atiénzar y Cristina Sánchez se doctoraron en el extranjero.

En las escuelas taurinas existen, sin embargo, bastantes novilleras.  El "gusanillo" que recorre el cuerpo de quien se expone a la muerte de manera tan fácil y desafiante no tiene sexo.  Jovencitas con muchas ganas y poca idea de lo que les espera entrenan duramente soñando con un mundo al que, probablemente, no llegarán nunca, y no por que no sean igual de buenas o mejor que muchos de sus compañeros.

Como decíamos, sólo dos de las seis matadoras de la historia, Mari Paz Vega y muy recientemente Raquel Sánchez, han tomado la alternativa en España.  Así, Mari Paz Vega afirma: "se nota un paso muy importante de ser novillera a matadora.  Este último es un círculo más cerrado, en el sentido de que hay una mayor competencia".

Igualmente María Paz Vega y Raquel Sánchez son, actualmente, la únicas mujeres toreras que hay en España. 
Mari Paz Tiene 30 años, es malagueña y tomó la alternativa en 1997. Su madrina fue Cristina Sánchez y el testigo, Antonio Ferrera.  Debuta en América en el 98 y al año siguiente sale por la puerta grande en Ambato (Colombia).   El año pasado lidió 17 corridas y cortó 26 orejas.  La tarde del 3 de julio de 2005 confirmó su alternativa en Madrid, 2 toros muy difíciles para cualquiera no le permitieron triunfar pero la cátedra del toreo saludó con una gran ovación su primera faena en Las Ventas, a María Paz no parece haberle afectado ninguna afrenta similar a las que padeció Cristina Sánchez en su carrera profesional.  Al menos, de momento.

Quizá por eso piensa que se ha exagerado sobre la visión machista del mundo del toreo. "Está difícil para todo el mundo -afirma-.  Creo que por el hecho de ser mujer lo tengo igual de difícil que mis compañeros, ni más, ni menos (...) una cosa está clara: si no vales para el toreo, no vales, seas hombre o mujer". 

Por lo que respecta a Raquel Sánchez tomo la Alternativa en Toledo: el 27 de mayo de 2005.  Padrino: Eugenio de Mora.  Testigo: Manuel Amador.  Debut en Las Ventas: la noche del viernes, 10 de agosto de 2001 dentro del IV Encuentro de Novilladas nocturnas de Las Ventas.  Resultó cogida.  Sufrió una fractura en la clavícula izquierda.

En la actualidad, a pesar de todo, muchos críticos taurinos siguen siendo implacables.  Y esta crítica, además se hace extensible a todo el ámbito del mundo del toro: Ganaderas, Periodistas Taurinas, Empresarias. 

¿Alguien ha oído hablar en el presente siglo de una mujer banderillera, apoderada o moza de espadas?  Cuando se habla de la incorporación de la mujer a la Fiesta, la pregunta inevitable es: ¿Qué piensa Vd. de la mujer torero?  Por qué a nadie se le ocurre preguntar sobre las posibilidades de "la mujer ganadera", "la mujer empresaria", "la mujer apoderada", etc.  Y las hubo  ya en los siglos XVIII y XIX, mujeres ganaderas, banderilleras, picadoras, etc.  

¿Se hundirían los pilares de la tauromaquia porque una madre acompañara los primeros pasos de su hijo/a en una novillada, como “moza de espadas”, y/o apoderada? Yo lo intentaría, si mi hijo decidiera ser torero; no solo porque conozco los ritmos y  cadencias del callejón de una plaza de toros, sino también, porque ya tendría preparados chascarrillos, chirigotas y cuchufletas para responder a todo aquel “ignorante” que osara vilipendiar, desconsiderar o ultrajar a la  satisfecha y copetuda “moza de espadas”.  Faltaría más.

Históricamente no ha sido fácil.  Las mujeres en los toros (y en otras cosas) siempre lo han tenido difícil.  O las llamaban “marimachos” u otras cosas peores.
   
Algunas opiniones críticas podrían definirse como, si pero.   Y en este sentido, a pesar de que se afirma, con cierta elegancia, que ha habido muchas más mujeres toreras de lo que suele creerse, e incluso algunas con éxito, y que no tiene sentido oponerse a ello por principio.  Sí en cambio, parece deseable que las que lo intenten estén preparadas para afrontar una profesión tan difícil.  El riesgo de la cornada y el de hacer el ridículo en público resultan especialmente dolorosos en el caso de una mujer.  Para evitarlo, afirman, hace falta una familiaridad con el ambiente taurino que, a la mujer, tradicionalmente, no le resulta fácil.  Y aunque no cabe poner puertas al campo ni negarle a nadie -hombre o mujer- su derecho a intentar una profesión, por arriesgada que sea, esta corriente de opinión advierte, que se observa lamentablemente en el torero femenino un común denominador, una constante: la suerte suprema y el descabello, el muro contra el que se han estrellado la totalidad de mujeres en el ruedo hasta la fecha.  Torear es una cosa y matar bien es otra.  También en esto, el toro bravo pone a cada uno en su sitio.

Lo que decía, si, pero. 

Yo francamente creo, que llegará un día en que las mujeres toreen tan bien o mejor que los hombres.  Es cuestión de tiempo, de cambio de mentalidad, para lograr una auténtica igualdad de oportunidades, ya que sin duda a más práctica mejor técnica y conocimiento del toro.

Se trata, sobre todo de “cultura”.

Definida por el DRAE, como: Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar un juicio crítico. 

Y todo esto sin detrimento de esas condiciones esenciales que determinan lo que abstractamente llamamos feminidad: Elegancia, delicadeza, sensibilidad, y otras cuestiones.  Curro Romero, sabio y gentil, lo dijo el día que dio la alternativa a Cristina: "El toreo es caricia. ¿Y quién mejor para eso que una mujer?".

Es una profesión difícil para todos, hombres y mujeres y ambos deben estar especialmente preparados para enfrentarse a un toro, una cornada, el ridículo y hasta el fracaso, como en la vida misma.  Y además para eso, para esa necesaria preparación técnica y psicológica están las Escuelas de Tauromaquia

Sobre este punto Cristina Sánchez argumenta: “El toreo es cabeza y plasticidad, porque a fuerza siempre gana el toro. Se piensa que el toreo exige una fuerza brutal, exagerada, que la mujer no tiene. Y es cierto que no la tiene, pero tampoco la necesita. Para torear, lo que se necesita es cabeza delante del toro.  Ante un toro bravo, la mayor fuerza física de un hombre no representa una ventaja, ni siquiera a la hora de matar, sólo se necesita disciplina, técnica y autocontrol.  Para matar hay que tener decisión y   preparación; si no, pinchas en hueso, la carne del toro es blanda”. 

Y se podría añadir: tampoco la complexión física y/ó la altura puede ser impedimento para que la mujer se vista de luces.  Ahí están a Machaquito, Juan Belmonte, Diego Puerta o César Rincón como toreros "bajitos" y que, sin embargo, marcaron su época.

Muchas han sido las ferias que se han defendido con los festejos de rejones y con corridas en las que uno de los toreros era mujer.  Incluso se podría aventurar que son festejos con bajo presupuesto, en cambio y paradójicamente, en un 90% de estos eventos el lleno es hasta la bandera, con lo cual, los beneficios para los empresarios están garantizados. 

Como ya hemos apuntado, se dan todo tipo de opiniones, en cuanto se pone sobre la mesa la cuestión de la mujer en el ruedo.  Todas respetables y no faltas de razones.  Hay quien afirma que cuesta entender, que una mujer capaz de ponerse delante de un toro bravo de casi 600 Kg. no pueda vencer ese machismo que la deja fuera de circulación profesionalmente hablando. Ya que, si puede con el de cuatro patas, ¿por que no ha de poder con el de dos? 

El caso más reciente es el de Cristina Sánchez quien, a pesar de hacerlo francamente bien en los ruedos, decidió abandonar la lucha desanimada e impotente ante tal desprecio por su arte.  Hija del banderillero Antonio Sánchez, Cristina Sánchez debutó en Torrejón de Ardoz en 1986.  Su debut en Las Ventas fue una tarde de julio del 95 y, ese año, cortó más de 60 orejas y salió por la Puerta Grande.  A lo largo de su trayectoria Cristina hubo de callar ante desplantes y faltas de respeto por parte de muchos de sus colegas en numerosas ocasiones.  Algunos de los profesionales que habían de compartir cartel con ella se negaron a hacerlo en varias ocasiones. 

El conservadurismo del público y de los organizadores de los festejos la excluyeron de muchos carteles.  Personajes de reconocido prestigio, toreros de talento y  algún sector de la crítica contribuyeron a alejar a Cristina Sánchez definitivamente de los ruedos, boicoteando las apariciones de su colega femenina o realizando declaraciones como "las mujeres, a la cocina".

No parece que todo esté perdido.  La entrada de la mujer en el callejón de las plazas, ya ha sido una conquista.  Y  la presencia de la mujer como aficionada y como espectadora es cada vez mayor.   Las mujeres debemos reaccionar y participar, por ejemplo, la mayor parte de los hombres acuden a los toros con su esposa o pareja.  Pero al terminar la corrida, los comentarios mayoritariamente sólo los hacen los hombres, quedando las mujeres como "acompañantes pasivas", sin opinar o discutir lo que los hombres arguyen.  Es necesario que las mujeres "den y defiendan su opinión" sobre lo que acaban de ver y sentir.  Que lo discutan y no permanezcan "pasivas" ante lo que oyen.  Así se crea cultura taurina.

Intuyo que cuando la mujer ultime la conquista de ese espacio simbólico que es el callejón de la Plaza de Toros, bien como ganadera, apoderada, veterinaria, miembro de la Junta Taurina, de la empresa o administración, periodista, fotógrafa, etc., será cuando se podrá desterrar la idea de que este es un mundo de y para los hombres.   
Aunque obviamente se dan singularidades o salvedades.  Todavía es excepcional que una mujer ocupe un puesto destacado en cualquier ámbito.   Y aunque antes se vislumbraba, ahora sabemos con certeza  que es el poder político quien debe impulsar, en primer lugar, un cambio cultural, un paso más, como el que hizo posible que hoy existan mujeres  en la presidencia de los festejos taurinos como asesoras o presidentas, veterinarias que participan en los reconocimientos de los toros, empresarias que firman contratos para organizar festejos y ferias taurinas, ganaderas que gestionan y deciden sobre sus ganaderías (no a título nominativo).  Es desde el poder como se promociona la fiesta para todos y todas.   Y es el poder el que influye decisivamente en la cultura popular facilitando e influyendo en ese conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar un  juicio crítico.

No sólo porque, como afirmaba García Lorca: “Los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo”, y la cultura con mayúsculas se desarrolla libre de prejuicios y ambivalencias, sino también, porque parafraseando a Ortega y Gasset, quien aseveró que: “La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda”. 

Pues bien, la historia de la mujer está íntimamente ligada a la de la humanidad, tanto que sin conocer la primera, resulta absolutamente imposible comprender la segunda.  Y siendo esto así, la historia del Toreo y la Historia de la sociedad no pueden permitirse andar caminos dispares u opuestos durante mucho más tiempo.



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